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Museo Nacional de Arte Oriental

Quién fue Torre Bertucci, el coleccionista que donó casi 2000 piezas al Museo de Arte Oriental

Destacado pianista y pedagogo, a lo largo de su vida armó un museo privado

En el mundo del arte existen dos clases de coleccionistas: los que comparten y los que no. Lejos de buscar un beneficio propio o de conservar celosamente sus valiosos objetos, el músico y pedagogo José Antonio Torre Bertucci era sin dudas un coleccionista generoso: donó casi 2500 piezas que hoy pertenecen a los acervos del Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD) y del Museo Nacional de Arte Oriental (MNAO).

A lo largo de su vida, Torre Bertucci había acumulado una colección de arte tan importante como exquisita: amuletos egipcios de más de 2000 años de antigüedad, vasos, tazas y platos de porcelana manufacturada en Europa entre los siglos XVII y XX, piezas arqueológicas de distintas partes del mundo, pinturas originales, estampas japonesas, estatuillas budistas de Tíbet e India y hasta un conjunto de sables katana, puñales y otros armamentos de samuráis. Con un marcado acento en el arte oriental –la debilidad del coleccionista–, la lista de lo que hoy se conoce como el Legado Torre Bertucci es realmente extensa, y su valor incalculable.

Rapeteras chinas

Con la intención de que puedan ser apreciados por las generaciones futuras, Torre Bertucci ofreció estos objetos como legado del patrimonio nacional. Cuando falleció, en 1970, la colección se dividió entre Occidente y Oriente: el Museo Nacional de Arte Decorativo recibió 560 obras, mientras que el flamante Museo Nacional de Arte Oriental, que había sido creado cinco años antes, se quedó con 1904 piezas.

“Torre Bertucci trabajó durante años para armar esta colección, pero no era un tesoro privado, sino que lo construyó para todo el país, porque somos museos nacionales. Y eso es lo que queremos rescatar, su persona y su proyecto como coleccionista, de algo que fue privado y propio, y que quiso convertirlo en público, inclusivo y accesible para todos”, explica Hugo Pontoriero, jefe del Departamento de Museología del MNAD.

¿Quién era Torre Bertucci?

Nacido en Buenos Aires en 1888, Torre Bertucci se destacó en distintos ámbitos artísticos gracias a su personalidad creativa, sensible y generosa. Estudió en el Conservatorio Nacional de Música y fue discípulo de grandes maestros como Alberto Williams y Eduardo Fornarini. En 1909, a sus 21 años, recibió el primer premio de composición con una obra para piano, y así pudo continuar su formación por Francia, Italia e Inglaterra. En Europa, por añadidura, su pasión por los viajes y el conocimiento de nuevas culturas amplificaron su amor por el arte.

A su regreso a Buenos Aires obtuvo más distinciones como compositor, entre las que se destacan el Premio Municipal en 1922 y el de la Asociación Wagneriana en 1930. Mientras tanto, la pasión por la enseñanza se consolidó cuando comenzó a dar clases de Solfeo y Contrapunto. Entre sus alumnos, se destaca el reconocido compositor y director de orquesta Jorge Fontenla, quien lo recordó con afecto antes de morir a los 89 años. “Lo tuve como profesor en el año 1942, yo tenía 15 años. Era una persona consagrada a la enseñanza. Para mí fue el mejor docente que tuve en el Conservatorio… Me acuerdo de sus clases de Solfeo. Se sentaba en el piano y era maravilloso escucharlo. Era muy humilde. Ya había compuesto varias obras para piano, pero jamás hablaba de ello”, recordó Fontenla, fundador de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de San Juan.

Retrato de Torre Bertucci

En su época de docente, entre otras cosas, Torre Bertucci escribió el Tratado de Contrapunto, publicado en 1947 por la editorial Ricordi. La obra es considerada incluso en la actualidad como un libro de referencia en el estudio musical. Carmen García Muñoz (1929-1998), quien fuera durante 18 años directora del Instituto Nacional de Musicología Carlos Vega, escribió sobre él en el Diccionario de la Música Española e Hispanoamericana: “Su inteligencia y su especial sentido didáctico se reflejaron en su paso por el Conservatorio, en la impronta que dejó en sus alumnos y en su Tratado de Contrapunto, que utilizaron tantas generaciones”.

Un museo en un caserón

Pero el costado académico era sólo un aspecto en la vida de Torre Bertucci. En la misma entrada a este diccionario musical, García Muñoz elaboró una descripción más precisa y más humana: “Viajero incansable por países de América y Europa, coleccionista de piezas orientales que convirtieron su casa en un verdadero museo, Torre Bertucci vivió aislado, dedicado a la enseñanza”.

Algo parecido explicó el maestro Fontenla: “Era muy reservado con su vida personal, pero algunos alumnos nos enteramos de que en su casa tenía un auténtico museo, porque era un coleccionista de arte muy entendido. No era un hombre común, era alguien especial”.

Amuleto egipcio conocido como ushebti –que se usaba para ritos funerarios– fechado entre los años 1085 y 332 A.C. Es una de las piezas más antiguas de la colección del Museo de Arte Oriental

Por su parte, Pontoriero recuerda las palabras de Juan Carlos Ahumada Seré, ex director de la Asociación de Amigos del MNAD, fallecido en 2009: “Él lo conoció en persona y siempre hablaba del 'Museo Torre Bertucci', que era un caserón en el barrio de Belgrano donde tenía toda esta colección de arte europeo y oriental. Como coleccionista fue un muy buen curador, porque de alguna manera generó núcleos temáticos. En un punto es como que tenía la institución museo en la génesis de su colección, era como su destino final. Y lo debe haber pensado así porque después decidió donarlo”, apunta Pontoriero. Y agrega: “Eso habla muy bien de él como persona y también como coleccionista, porque su esfuerzo de tantas décadas finalmente terminó favoreciendo al bien común, a la comunidad”.

La colección

El Museo Nacional de Arte Decorativo posee gracias al legado Torre Bertucci una colección de 250 alhajas y objets de vertu (objetos de lujo), casi 90 piezas de porcelana de las mejores casas de Europa, una serie de más de 40 relojes de bolsillo, un reloj de chimenea estilo Luis XV y también pinturas, esculturas, muebles, libros y otros objetos decorativos. “La selección resultó muy didáctica para el museo, porque generó conjuntos de objetos homogéneos, en calidad, en estilo y en procedencia. Son todas piezas buenas y, entre sí, se potencian”, afirma Pontoriero. “En la actualidad sería económicamente inviable para el Estado Nacional o para un coleccionista privado armar este tipo de colección”, concluye.

Por su parte, el Museo Nacional de Arte Oriental recibió una colección aun más cuantiosa y museológica, dividida en ejes temáticos muy precisos. “En el Legado Torre Bertucci hay piezas de Japón, China, Persia, Egipto, India, Tailandia, Tíbet e Indonesia, pero todas están ordenadas por grandes núcleos con cantidad considerable de obra”, explica Anush Katchadjian, encargada del área de Documentación y Registro del MNAO. Y agrega: “de Japón él seleccionaba cerámicas, marfiles, estampas, lacas; de China elegía porcelanas, tabaqueras, abanicos, accesorios de indumentaria; o diferentes estatuillas religiosas de Indonesia y Tailandia”.

Detalle de abanico oriental

Katchadjian destaca además que “el legado Torre Bertucci incluye casi la totalidad de la colección de estampas japonesas del MNAO, más de 150 ejemplares, que en su momento fue elogiada por especialistas por su excelente estado de conservación y su variedad”. Lo mismo sucede con objetos de Japón de uso cotidiano como los inros (contenedores que se usaban para guardar cosas pequeñas, ya que la vestimenta tradicional japonesa no posee bolsillos), que llegan a 40 unidades, o la serie de rapeteras chinas (frasquitos de vidrio que contenían tabaco en polvo, o rapé), que son casi 200.

Todos los objetos se encuentran cuidadosamente conservados y algunos de ellos se complementan con notas escritas a puño y letra por Torre Bertucci, como un abanico sobre el cual el coleccionista apunta: “Fue usado por el emperador chino Chien Long (1736-1795) y pintado por el notable jesuita Giuseppe Castiglione, nativo de Milán, pero que durante años residió en China”.

En el MNAO también hay una colección de pequeñas pinturas de la India, fechadas entre 1830 y 1832, realizadas sobre papel de calcar. Algunas de estas frágiles obras, del tamaño de unas figuritas, parecen haber sido preservadas amorosamente por la propia mano del coleccionista. Están recortadas y ubicadas sobre un nuevo soporte: las hojas pentagramadas que utilizaba para componer.