Por Gustavo Canzobre
A la hora de elegir tres paisajes que definen a India, la trilogía compuesta por los Himalayas, la ciudad de Varanasi (Benarés) y el río Ganges ocupan el podio. “Madre Ganga-Ji”* nos corregiría alguien indio, ya que los ríos se relacionan con lo femenino y lo maternal: son dadores de vida. Esta noción de la vida se refleja en el arte clásico: allí donde haya una representación pictórica, literaria, o escultórica típicamente hindú, poco tardará en aparecer la diosa Ganga. Sí, diosa, porque además de ser madre, es diosa.
¿Qué quiere decir la tradición hindú cuando habla de dioses? No se refiere al plural de lo que en las tradiciones de origen semita designan como Dios. Para explicarlo recurrimos a una cita: Aunque Aquél carece de forma, Él se manifiesta en el universo entero como vikriti, su manifestación, adquiriendo una forma. Aunque la mejor forma de concebir al Alma Suprema es imaginarla sin forma, la adoración y la meditación en el Ser Supremo sólo es posible cuando Él está dotado de forma.**
Las mil y una formas, o más propiamente al decir de India, los millones de formas en los que el Ser Supremo se manifiesta son llamados dioses -devas- y diosas -devis-. Así, todos los elementos centrales y esenciales de la vida tienen un lugar en este mundo que la tradición hindú concibe como teofánico: el agua, sabemos, tiene un papel principal, como sostén de la vida. Y entre las aguas, en India, la Madre Ganga. Así lo proclama el Bhagavad Gita en el capítulo X, denominado “El yoga de las excelencias divinas”***: Yo soy el Espíritu que mora en el corazón de todos los seres, y soy principio, medio y fin de todo ser. . . entre las cosas inmóviles soy el Himalaya...de los purificantes soy el viento; Rama entre los guerreros; Makara entre los peces y entre los ríos, la Madre Ganga-ji. . . Lo quiera que de fecundo resida en los seres, aquello Soy Yo. Porque entre lo moviente e inmoviente, nada hay que pueda existir sin Mí.
Aquí presentamos una de las piezas indias del museo: un tallado en piedra sobre base de madera de la diosa Ganga, perteneciente a un conjunto arquitectónico como gran parte de la escultura clásica india. La misma fue moldeada por los artistas de la dinastía chandela (gobernó en el centro de India –región de Bundelkhand– entre los siglos IX al XIII) que se destacaron como representantes del gran arte clásico hindú. Su principal legado lo constituyen los templos erigidos en la primera capital del reino, Khajuraho, hoy día uno de los complejos arquitectónico-escultóricos más representativos y mejor conservados de India. Muy visitado por las esculturas que utilizan el lenguaje erótico del maithuna, suelen no ser proporcionalmente apreciadas por lo excelso de su arte. Por lo tanto, contar con una pieza chandela en nuestro Museo Nacional de Arte Oriental nos permite adentrarnos en esta exquisita etapa del arte tradicional.
La escultura en India no es un arte independiente sino siempre parte y extensión del arte arquitectónico. Este principio, común a todas las artes indias, es particularmente distintivo en la escultura y determina tanto las esculturas en relieve, las integradas como conjuntos escultóricos a las paredes interiores y exteriores de los templos, y aún las esculturas individuales destinadas a ser veneradas en dichos templos y en las casas. Tal es el caso de la obra del museo ya mencionada. En ella podemos analizar los principios de la escultura clásica india observando en paralelo una obra de una de las escuelas más excelsas. De hecho, como pueden ver en la siguiente imagen, nuestra pieza muestra la misma estructura de composición que la que proviene del museo de Khajuraho:
Escultura de Ganga |
El shilpin o artista-artesano (la cultura india tiene la peculiaridad que no distingue entre las llamadas bellas artes y las artesanías) ha sido a lo largo de la historia, el ejecutor, conservador y transmisor de las artes, ya se trate de escultura o pintura. Y al hacerlo, encarna el arte y se transforma con él: el arte es yoga en la India clásica, esto es, vía de realización espiritual. Ejecutar un trabajo artístico es ritual, y al hacerlo, el artesano se transforma a sí mismo a la par que a sus materiales. "La forma, la ejecución ritual y la transformación son aspectos inseparables del arte Indio”, sintetiza la gran estudiosa Stella Kramrisch. Y así el shilpin se vuelve demiurgo a través de su trabajo y su visión, que incluye la exterior que transforma los materiales y la que conecta con el mundo interior al cerrar los ojos.
Los dioses de India no existirían como tales sin el trabajo de generaciones de artistas y artesanos que los han moldeado en la piedra y el bronce, dentro y fuera de los templos. Estos se diseñan con vistas a acompañar la transformación en un peregrinaje: desde que se comienza a alcanzar el espacio del enclave sagrado, pudiendo divisarlo a la distancia y brindando una orientación espacial vertical hacia el cielo, en medio de las vicisitudes que la horizontalidad de la vida nos impone; mientras se asciende por las escalinatas que elevan al mismo plano en que el templo se alza; a través de las formas sagradas que se contemplan cuando se circunvala, y luego al ingresar al interior; y en la imagen central que le espera en sombría soledad en el sanctasanctórum, montado sobre el eje vertical del templo. Todo ha sido diagramado por el shilpin arquitecto y ejecutado por las manos de quienes trabajan junto a él, a manera de sacerdotes y diáconos que ofician a través de la piedra para producir la alquimia existencial que el templo diseña. El edificio es una gigantesca escultura que actúa a manera de murti o forma de la divinidad que desciende al encuentro personal con la persona devota. Este es un encuentro tan personal que sí o sí involucra tocar las imágenes, vastu, y luego tocar el cuerpo, como manera de concretar física e integralmente el encuentro transformador. Murti y vastu, forma concreta y existente, caracteriza a toda obra de arte hindú. El ritual del toque evoca y pone en contacto con la esencia que da vida a la forma artística. Cada parte del cuerpo humano establece un contacto especial con la imagen, desde el extremo de la cabeza a los pies, y a través de él, las personas se transforman y despiertan su propia esencia espiritual. El artista, pues, ha oficiado de sacerdote y taumaturgo, y a través de la obra de arte, el yoga se hace experiencia en el artista y en quien visita el templo.
La escultura chandela muestra los rasgos generales de toda la tradición clásica india. Junto a la pintura, presenta una interconexión íntima con la danza para poder presentar a sus figuras en movimiento. La vida es movimiento y los dioses son parte central de ella. Esto deriva no sólo de principios estéticos sino cosmogónicos y metafísicos: los dioses de India danzan, y danzando crean, sostienen y transforman el universo. Por ello los principios de las imágenes escultóricas y pictóricas se aplican también en la danza. De allí el consejo del Vishnudharmauttara: un buen escultor debe conocer los movimientos de la danza para desarrollar su oficio.
La línea es el factor que caracteriza el modelado plástico de la escultura del norte de India. A través de ella se ha de manifestar la continuidad de la vida como una corriente de conciencia que, aunque contenida en una imagen, busca permanentemente derramarse más allá de sus límites. Así lo muestran las figuras femeninas que sostienen las vigas en el portal este de la stupa de Sanchi, primeras grandes creaciones arquitectónica-escultórica del siglo I ANE, y lo continúa expresando la plenitud de la estatuaria de Khajuraho once siglos después. Pueden variar los estilos y contenidos religiosos pero los artistas responden a ellos con los mismos principios. Un arte exquisito desarrollado por escuelas de escultores que han transmitido su saber por generaciones.
En la danza y la escultura el movimiento se da por el desplazamiento al que se someten los tres ejes horizontales y los cinco verticales (sutras) que atraviesan el cuerpo. Los movimientos que muestran son definidos por las flexiones (bhanga) a las que son sometidos los cuerpos, partiendo del sama-bhanga, o punto de perfecto equilibrio (sama) en que el cuerpo no se desvía del eje del centro de gravedad. A partir de él, cuando se desplaza levemente, pero aún en quietud, con una leve flexión de rodillas, se coloca en abhanga. El tribhanga indica un traslado completo del peso del cuerpo de una pierna a la otra: para mantener el equilibrio es necesario trasladar el torso a la dirección opuesta, y la cabeza equilibrando el movimiento del torso. El cuerpo, dividido en planos por los tres ejes horizontales (el que atraviesa la base del cuello, el que pasa por el ombligo, y el que atraviesa la línea de las caderas) se desplaza en cada uno de esos planos en direcciones opuestas, dibujando una S en el espacio, y dándole movilidad a la imagen toda, como podemos observar en los gráficos que siguen:
Ganga, la que fluye caudalosamente desde los himalayas, y luego silenciosamente a través de la llanura hasta sumergirse en el océano, definiendo en sus márgenes el desarrollo de la cultura clásica de India, fluye también a través del tribhanga que muestra nuestra pieza, aún en sus 44 cm de altura, como la posición preferida por los artistas para imprimir, en la piedra y el bronce, el movimiento de la vida universal de la que Ganga es vehículo y manifestación.
Notas
* En India el sufijo Ji denota aprecio, respeto, veneración hacia el ser que lo recibe.
** Cita del Vishnudharmottara.
*** La palabra "yoga" encabeza todos los capítulos del Bhagavad Gita, ya que designa todo camino que conduce a la realización espiritual.
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Gustavo Canzobre es especialista en India y director del Colegio de Profesores de la Fundación Hastinapura