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Museo Nacional de Arte Oriental

ORIENTADOS: un año de té en Kioto

Historias que dan vueltas al mundo

Un año de té en Kioto

En marzo de 2017 viajé a Kioto para estudiar Chado, “el camino del té”. Esta disciplina japonesa, que también se popularizó como Ceremonia del té, consiste en un anfitrión que ofrece un té y en un invitado que lo bebe. Es tan simple como eso. Pero este pequeño evento está cargado de simbolismo, de estética y de filosofía, y así se vuelve grande.

El tipo de té que se prepara y se bebe se llama matcha, es un té verde en polvo. Viene de la misma planta que el té verde en hebras (camellia sinensis) pero tiene un proceso distinto de elaboración.

Hay cuatro principios que rigen la práctica: la armonía entre las personas y la naturaleza, el respeto, la pureza y la tranquilidad de la mente. Es una meditación en movimiento. La práctica de Chado tiene que con ver encontrar la belleza de las personas y los objetos, apreciar algún aspecto de la naturaleza (y especialmente, de cada estación) y llevarlo a sala de té, pero también es una práctica que te enseña a ser ordenada y limpia, a lidiar con imprevistos sin perder la calma. También hay un aspecto muy importante que en japonés se llama “omotenashi”, la hospitalidad japonesa. Todas estas son las cosas que suceden cuando preparás una taza de té para la persona que está sentada en el tatami con vos.

Se dice que el Chado es “la culminación de todas las artes japonesas” porque en la sala de té hay caligrafía, arreglo floral (chabana), incienso, piezas de cerámica, laca, bambú. Pero además, es una práctica muy ligada a la cultura japonesa y a la historia de Japón.

Pasé un año entero en la Escuela Urasenke en un programa para extranjeros llamado Midorikai. Mis compañeros venían de Taiwán, Eslovenia, Estados Unidos, Finlandia, Rusia y Bulgaria. Todos teníamos profesiones diversas, crianzas distintas, pero nos unía el amor por el té. Vestíamos kimono todos los días. A la mañana cursábamos clases teóricas de Historia del Arte, Literatura japonesa, Historia del té, Zazen. También clases prácticas de cocina japonesa, Omogashi (dulces), Shodo (caligrafía), tallado de chashaku (es la cuchara de bambú con la que se sirve el té), etc.

Por la tarde siempre hacíamos té. Uno de nosotros preparaba el carbón para calentar el agua (esto también tiene un procedimiento cuya traducción sería “ceremonia del carbón”) y después cada uno estudiaba un “temae”, es decir, una manera de preparar el té. Hacer un temae es como salir a escena y actuar. Hay que estudiar los movimientos, los diálogos, la manera de caminar sobre el tatami y de manipular diversos objetos.

Este es un fragmento del diario que escribí durante ese año estudiando té en Japón. El día en que mi sempai Jan nos invitó a tomar una taza de té.

 

Malena Higashi

 junio 2018




20 de mayo de 2017, Kyoto

Ayer tuvimos un día largo porque fue el chakai de Jan, mi compañero finlandés. El chakai es un encuentro formal de té abreviado. No incluye la comida (kaiseki). La tarde empieza con la ceremonia del carbón y luego se sirve koicha (té espeso) y usucha (té liviano). Seguimos el ritual al pie de la letra: recibimos la carta de invitación, la respondemos, vamos a la hora de la cita, nos recibe el hanto (ayudante) en una sala de espera en donde se fuma tabaco (acá solo observamos la caja de tabaco, no fumamos) y nos sirve el agua caliente que se va a usar para hacer el té. Es como si degustáramos el agua, que es un elemento importante, como lo es también el fuego. Es que otra de las maneras de nombrar al Chado, el camino del té, es Chanoyu, que significa “agua caliente para el té.

Somos seis invitados y todos vestimos kimono. Al caminar, vamos deslizando nuestros pies sobre el tatami. Luego pasamos a la sala principal, y observamos el fuego y las cenizas del brasero y el jiku en el tokonoma. Es una caligrafía que dice que el viento llega sin ataduras. Jan entra a la sala con una torre de cinco cajitas de laca. Ahí dentro están los dulces. Los que el anfitrión preparó hoy tienen forma de hoja. Este tipo de dulce se llama omogashi y es el que se sirve para el koicha.

Una vez que terminamos de comer el dulce salimos uno por uno. La puerta se llama nijiriguchi. Es una puerta cuadrada: hay que deslizarse y agachar la cabeza, luego apoyar los pies sobre una piedra para salir. Tenemos un momento de espera en el jardín y cuando todo está listo Jan hace sonar un gong con cinco golpes. Es un sonido apagado: lo suficientemente fuerte para que lo escuchemos; lo suficientemente silencioso para que no interrumpa la calma del paisaje. Esa es la señal que indica que podemos entrar a la sala.

Volvemos a cruzar el jardín, pisando las piedras que brillan opacas; algunas aún están mojadas y dan una sensación de frescura. El jardín está cubierto de musgo. Un árbol de momiji da sombra, porque en cielo no hay ni una sola nube.

Ya estamos sentados. En el tokonoma un arreglo floral reemplazó el jiku. El florero es de bambú, rebalsa de flores silvestres. Son los colores del verano en Kioto.

Jan abre el fusuma (puerta corrediza de papel) y entra con una taza de raku entre las manos. La apoya sobre el tatami y todos saludamos con una reverencia.