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Museo Nacional de Arte Oriental

Mahavira: profeta jaina de la no violencia

Por Gustavo Canzobre, especialista en India y director del Colegio de Profesores de la Fundación Hastinapura

Leer “no violencia” nos remite inmediatamente a India. Pero hablar de términos como “jaina” o “jainismo” no nos resulta tan familiar. Y mucho menos asociarlos con los valores indios que se admiran en Occidente. Con casi 5 millones de practicantes, el jainismo es una de las tradiciones religiosas más antiguas de India y, aunque su presencia pueda parecer relativamente minoritaria, esta cultura milenaria le debe algunos de sus principios más preciados, la no violencia, y una de sus prácticas más características, el vegetarianismo. Fue una mujer jaina la que acunó entre sus brazos a uno de los padres de la patria moderna india: Putlibai, la madre del Mahatma Gandhi que imprimió en su alma un legado indeleble brotado de sus propias raíces espirituales. 

A pesar de todo esto, las tradiciones jainas permanecen casi desconocidas en Occidente. En parte debido a que, aunque fue una religión misionera en sus orígenes, no se ha expandido fuera de India (a excepción de la presencia en reducidos núcleos de la diáspora india en los países de habla inglesa). Los primeros siglos de estudios orientalistas parecieron también ignorar la filosofía y el arte clásico jaina. Incluso sus más preclaros exponentes apenas incluyen referencias menores a ellas. Recién en el siglo XX una nueva camada de académicos se ha volcado a indagar y dar a conocer las grandes creaciones de esta milenaria tradición. Valga como ejemplo que las primeras exhibiciones suficientemente representativas del arte jaina se realizaron entre 1994 y el 2000 en Estados Unidos y Bélgica.

Mahavira, de quien en esta ocasión el museo les presenta un exquisito bronce del siglo XIX de 14 centímetros de alto, vivió en el siglo VI ANE, contemporáneo de Siddharta Gautama, el Buda. Aunque suele ser mencionado como el fundador del jainismo, en realidad es el último de los 24 tirthánkaras o iluminados que dan origen a la religión jaina. Estos son creadores (kara) de vados (tirthas) a través de los cuales la humanidad puede atravesar el océano del samsara y alcanzar la realización espiritual o moksha, meta de toda tradición espiritual de India. Son una especie de pontífices –hacedores de puentes– orientales, al decir de Mircea Eliade. El jainismo es, pues, un producto típico de la tradición espiritual india que se remonta a Rishaba, primero de los 24 tirthánkaras, y el padre de Bharat, quien dio origen a la denominación Bharata Varsha, el nombre local del país India. Así los jainas afirman estar presentes ya en el nacimiento de la gran patria de los descendientes de Bharat

Los sutras o colecciones de textos tradicionales jainas recorren la vida de los 24 iluminados, culminando en el último de los omniscientes. Son considerados vencedores, conquistadores o jina en la batalla contra el karma, el deseo, y su fruto, el apego. La ignorancia espiritual o avidya es la causa final del mal, en diagnóstico común con el resto de las enseñanzas espirituales indias, como muchos otros conceptos comunes que comparte tanto con el dharma hindú como con el dharma budista. Sin embargo, dado que la prédica de ambos, Buda y Mahavira, desacredita muchas de las desviaciones y prácticas rituales y discriminatorias de la decadencia hinduista de la época, ambas enseñanzas terminarían siendo consideradas, superficialmente a nuestro parecer, como nastikas o no seguidoras del Veda por los círculos más ortodoxos. Y aunque el budismo es erradicado finalmente de India, en parte absorbido por el hinduismo y en parte perseguido por el Islam, el jainismo continúa vivo hasta la actualidad.

Ante la enfermedad humana, caracterizada por el dolor, el diagnóstico jaina ubica al apego como la causa a erradicar para poder encaminarse al nirvana. Las tres joyas (triratna) del camino jaina que han de dar paso al despertar espiritual son: la correcta visión; el correcto conocimiento y la correcta conducta. En este camino, que ha de ser practicado tanto por laicos como por monjes, la práctica jaina es básicamente un ascetismo físico, moral y mental que permitirá al practicante abocarse a la concentración y meditación. En él la práctica de la no violencia toma un papel central, a tal punto que uno de los lemas del jainismo proclama en sánscrito: ahimsa paramó dharma ("No hay verdad superior a la no violencia"). De la más estricta observancia del principio de ahimsa deriva el rasgo distintivo de los jainas: la desnudez, que podemos observar en el bronce de Mahavira, y a su vez el signo que distingue a los dos movimientos centrales de la historia jaina que en el siglo V ya estaban divididos: los digambaras o “vestidos de cielo” de prácticas más ortodoxas y estrictas, originalmente provenientes del sur de India y que proponen la desnudez total como signo del supremo desapego. Y frente a ellos los svetambaras o “vestidos de blanco”, originarios del norte con concepciones no tan estrictas y que congregan casi dos tercios de los devotos jainistas.

A pesar de su reducido número los jainas están muy presentes en el entramado de la sociedad contemporánea India. En parte, debido a su prosperidad económica. Su práctica de la no violencia los ha llevado a desarrollar ocupaciones que no involucren daño o muerte de seres vivientes por lo que históricamente han sido principalmente comerciantes, joyeros, y financistas, y modernamente jurisconsultos y periodistas. La riqueza no contradice su prédica, ya que se considera que la prosperidad (artha) es fruto de las rectas acciones. Y el obstáculo a vencer es el apego y no la posesión, quedando limitada la pobreza voluntaria a los renunciantes y a los monjes. 

Los jainas son devotos de los jina y de allí deriva el nombre de jainismo. Esta devoción se encuentra en el arte, en la mítica india y en el comportamiento social. Al igual que el fenómeno ocurrido dentro del budismo, con el rodar de los siglos se desarrolla un culto y un panteón jaina.

Aunque todos los iluminados son reverenciados por igual, es Rishaba, el primero, y los últimos tres: Neminatha, Parshvanatha y Mahavira los que aparecen en las imágenes de los textos y los templos. Al representarlos, el artista jaina cumple el mismo rol que el hindú o el budista: busca despertar en el devoto, lector o espectador (rasika) una emoción estética (rasa) que sirva de vehículo para trascender la conciencia egocéntrica. Siguiendo los preceptos clásicos de toda la estética india, será bello aquello que respeta los cánones de los shastras (escrituras); se ajusta a la iconografía y despierta el rasa correspondiente, que en el janismo el preferido será el de la tranquilidad y paz del espíritu: el shánta rasa. Desde esta perspectiva, todo el arte de India es yoga, una vía de realización espiritual y el artista que lo practica (shilpin) un anónimo sacerdote que sirve de instrumento para la obra liberadora.

La importancia de la imagen y la belleza impregna también a la sociedad jaina y por eso adquiere un valor de generosidad y ofrenda inegoísta (dana) el ayudar a construir templos e imágenes (murti). Esto explica la desproporción entre el número relativamente pequeño de jainistas frente a la cantidad de templos y murtis presentes en toda India, que contribuyen al mérito y prestigio de los donantes.

En el centro mismo del culto se encuentran los jina. Su ícono preferido es el de meditación, con el iluminado sentado en postura de loto (padmásana), como la pieza del museo aquí reproducida. Fuera de esta, la única otra posición en que aparecen los tirthánkaras es en la de abandono del cuerpo (káyotsarga), de pie e inmóvil, en práctica ascética que busca evitar el daño o muerte de cualquier ser viviente, insectos incluidos. Esto caracteriza a todos los maestros jainas, que suelen utilizar barbijo como práctica de no violencia.

Ambas posturas, meditando y de pie, son compartidas con la iconografía budista y es frecuente, dada la poca difusión que el jainismo tiene en Occidente, que se los confunda. Contribuyen a ello el tocado del cabello rizado, que hemos apreciado en el Buda de Sarnath, otra pieza del museo, y las largas orejas, símbolo del sabio en toda la tradición india. Mas con sólo mirar el pecho del personaje podremos reconocer al jina: en el centro lleva el srivatsa: una flor símbolo del conocimiento espiritual que ha brotado del corazón del tirthánkara. Otras veces, se presenta como un nudo sin fin o con forma diamantina. Es uno de los ashtamangala: los 8 signos auspiciosos que acompañan la representación del jina: en este caso, sólo el trono está también presente, no así los 6 restantes.

Además, vemos un elefante, animal frecuente en toda la iconografía india, incluida la jaina. Es uno de los tres animales que la madre de Mahavira contempla en un sueño premonitorio en que el nacimiento del futuro jina le es anunciado. Algunas narraciones incluso lo mencionan de color blanco, reflejando la simbiosis con los relatos de la anunciación del nacimiento de Buda. Mahavira, al igual que Parshva, el 23 tirthánkara, encarna previamente como elefante. Y por último, comparte el simbolismo de poder y sabiduría que el elefante ostenta en todo el arte indio.

Otra distinción con la imagen de Buda es el cuerpo desnudo, signo general del desapego jainista. Además específicamente nos indica que esta imágen es del culto digambara. El svetambara mostrará la desnudez que caracterizó históricamente a Mahavira (para ambas corrientes) a través de un taparrabos y joyas y ornamentos sobre el cuerpo, ambos ausentes en nuestro bronce.

Por último la esbeltez del cuerpo refleja el carácter del ascetismo jaina: no es de mortificación, de destrucción del cuerpo, sino de privación. Más aún, la exquisita belleza física es un rasgo característico de la iluminación de los jina. Como espejo del espíritu, el cuerpo del tirthánkara ha de ser perfecto y cuanto más omnisciente, más bello. Las reglas de simetría, las proporciones de los miembros, la serenidad del rostro, la pureza de la piel modelada: todo contribuye a revestir a este Mahavira, como a todo el arte jaina, de una sutil belleza irresistible, signo inequívoco del shanta rasa: la emoción que despierta la experiencia de contemplar la paz del espíritu, propósito propio de todo el arte de India.

Escultura de Mahavira sentado en posición de loto sobre un trono.

Mahavira
India, s. XIX
Bronce
14 x 10 x 5,5 cm