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Museo Nacional de Arte Oriental

Escenas cotidianas de Japón en Argentina

Oriente en el Museo Etnográfico Juan Bautista Ambrosetti

Por Cecilia Iida

A mi tía Hiroko (Elena), en cuyo altar se conservan las memorias de mi familia.

Mientras entono el sutra,

las glorias de la mañana,

en su mejor día.

Morikawa Kyoroku

 

El haiku de Morikawa Kyoroku (Blyth, 1997) sugiere el regocijo de recitar los sutras budistas en la intimidad de la mañana. La escena bien podría transcurrir en el hogar del poeta, quien ora arrodillado frente al butsudan, el altar doméstico dedicado a Buda y a los ancestros.

El término japonés butsudan es traducido como “altar de Buda” y es el nombre dado a los altares domésticos de las casas tradicionales japonesas. Aunque a través de los años han ido cambiando, es común encontrarlos en la forma de un gabinete que, al abrirse por la mañana, devela un ámbito sagrado, un espacio resplandeciente en el que se preservan las figuras de culto y se realizan diversas ceremonias. Desde ya, estos altares no sólo existen en Japón; a miles de kilómetros de distancia del archipiélago asiático, en Argentina, muchas familias japonesas conservan un butsudan en su hogar dando continuidad a prácticas y tradiciones espirituales y culturales ancestrales.

El interés por mantener estas costumbres y difundir la cultura fue también el origen de la llegada al país de dos suntuosos altares que forman parte de las colecciones del Museo Nacional de Arte Oriental (M.N.A.O.) y del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti. En ambos casos se trata de muebles de madera que cautivan la mirada de quienes los visitan por sus imponentes dimensiones, la calidad de los materiales, el despliegue técnico de su manufactura, así como por las decoraciones y detalles simbólicos y expresivos que se expanden en todas sus superficies.

El altar del M.N.A.O. pertenece al período Meiji (1868-1912), es de laca negra y dorada, con aplicaciones de bronce y motivos florales. El del Etnográfico ingresó al museo en 1911 y también se encuentra laqueado en negro y dorado, con apliques de bronce y diseños diversos además de múltiples elementos ceremoniales y decorativos. Más allá de sus diferencias, estas piezas pasaron a formar parte del patrimonio nacional gracias al interés de Juan Ambrosetti -quien encargó a Japón el butsudan del museo etnográfico- y de Orlanda y Norma Yokohama, hijas del coleccionista Kenkichi Yokohama, quienes donaron el altar del Oriental.

 

Entre lo sagrado y lo profano

Para el monje budista Taniguchi Kōji (2002), el butsudan es ante todo el espacio de permanencia de Buda y por eso su representación es ubicada siempre en el centro focal del altar. Ya sea en el formato de estatuilla, imagen o escritura la figura se encuentra sobre una plataforma llamada shumidan -literalmente “altar del Monte Sumeru”-, en relación con el monte cósmico que está en el centro del universo budista.

En el butsudan del M.N.A.O. el espacio dedicado a Buda asume la forma de un pequeño santuario, enmarcado por tres arcos separados por columnillas y tallas ornamentales. El techo (kuuden) está cubierto de frisos y pequeños paneles tallados y policromados en dorado. Más arriba, encuadrando la escena, algunos pájaros de colores vuelan en el resplandor de las nubes.

En el centro del altar se alza Seishi Bosatsu, quien representa la infinita compasión y la sabiduría. Se trata de un bodhisattva, un ser encaminado a la iluminación, que elige renunciar al nirvana hasta que todos alcancen la liberación. Esta figura presenta algunos aspectos similares a las representaciones de Buda y en otros puntos difiere; por un lado, Seishi lleva el punto en el entrecejo y posa de pie, descalza, sobre una flor de loto y, por otro lado, va ataviada con un bello traje que cae en varios pliegues. Fue el monje Senpo Oshiro quien eligió esta estatuilla para este altar, quizás buscando representar el deseo de acompañar a otros en el camino hacia la iluminación.

Como es común, debajo de la imagen principal hay otras plataformas. Si este butsudan se hallara en una casa de familia, probablemente encontraríamos allí las tablillas funerarias (ihai) con el nombre de los antepasados, el registro familiar (kakochō) y algunos escritos sagrados. También descubriríamos en la mesa ofrendas de arroz, frutas, pasteles, flores y regalos, ya que es costumbre que los obsequios recibidos por invitados y amigos de la familia se ofrezcan primero a los difuntos y a Buda antes de ser utilizados o consumidos.

Frente al altar se realizan rituales, se prenden inciensos y velas, se ora y, en ocasiones especiales, la familia puede convocar a un monje budista para realizar ceremonias. Por esto, en la zona inferior del altar, se encuentran cajones donde conservar los elementos litúrgicos. Siguiendo la estructura interna de los altares podría pensarse que el mundo secular se ubica en el nivel inferior, donde los seres vivos buscan comunicarse con el mundo de los difuntos. Para los practicantes, las figuras de Buda y las tablillas de los ancestros no son sólo representaciones, sino que están imbuidas con sus espíritus. Esto es el resultado de una ceremonia realizada por los monjes, quienes convocan al espíritu del difunto a la tablilla antes de colocarla. De este modo, el altar es el sitio de permanencia de Buda y de los antepasados ya que, en esta cultura, los fallecidos también están siempre presentes. 

El vínculo entre el budismo japonés y el culto a los muertos propone una jerarquía piramidal que conecta a Buda con los hombres a través de los ancestros que median entre estos dos reinos. Siguiendo esta organización, el investigador Fabio Rambelli (2010) sugiere que esta disposición jerárquica funciona como los altares en los templos, convirtiéndose en un espacio de conexión entre el mundo sagrado y el mundo profano. Los butsudan son un verdadero “cosmos religiosos” para la familia (Sasaki 1993: 27-34) y al ser hereditarios, pasan de generación en generación dando continuidad a las tradiciones, transmitiendo las memorias sociales y familiares y manteniendo un vínculo con quienes nos precedieron.

 

Un pequeño santuario o un gran altar en el Museo Etnográfico

Cuenta la historia que fue el antropólogo Juan Ambrosetti, director del museo, quien encargó a Japón un altar doméstico para enriquecer la colección de la institución. Para su sorpresa, el altar que llegó a la aduana era tan grande que resultaba imposible asumir los costos de ingreso. Afortunadamente, su padre decidió comprarlo y donarlo al museo en 1909. Si bien no se conoce el origen exacto de este altar, tanto por sus dimensiones, como por el repertorio de figuras y la calidad de las técnicas y materiales que lo componen, es posible que perteneciera a un templo Jōdo Shinshū. Esta rama del budismo sigue las doctrinas expresadas en los votos del Buda Amida, entre los que se refiere a la salvación y el acceso a la “Tierra Pura”, un reino fuera de los confines tangibles de nuestro mundo al que pueden acceder quienes practiquen la doctrina y reciten su nombre.

Este fascinante butsudan tiene grandes dimensiones y profusas decoraciones tanto en su exterior como en el interior. Con solo acercarse se evidencia una realización compleja que involucró seguramente a artesanos especializados en diferentes técnicas tales como la talla en madera, el trabajo en metal, laqueado, dibujo y coloreado con decoraciones en oro.

Al abrir sus puertas, la escena nos traslada a un pequeño templo: su interior dorado centellea y revela una multiplicidad de personajes y símbolos propios de esta práctica espiritual. Numerosas campanitas de bronce sobrevuelan suspendidas desde el techo y junto estas penden, a cada lado del altar, dos lámparas de bronce (rinto). Tres arcos ornamentados y pronunciados estructuran la jerarquía de este altar. En el centro se destaca un Buda Amida, la divinidad de la luz infinita y la sabiduría. Esta figura se representa de pie, sobre una flor de loto, que simboliza la pureza, la perfección, la compasión y la renuncia. Lleva un hábito de monje y su cabeza está rodeada por un nimbo y coronada por un ushnisha, de forma similar a un rodete, que alude a su sabiduría. El punto en su frente indica su habilidad para comprender el mundo, sus párpados entornados aluden a la pureza y la levedad de la sonrisa expresa el estado de serenidad e iluminación alcanzados. Los gestos de sus manos (mudras) señalan el cielo y la tierra.

En los estantes laterales (joudan) se encuentran dos bodhisattvas; a la izquierda de la divinidad, la ya mencionada Seishi Bosatsu, quien junta sus manos expresando el mudra anjali que indica ofrenda y veneración y la derecha, Kannon, quien simboliza la caridad y la gracia. Debajo de esta tríada, se disponen ocho figuras más:  Makuren y Anan, los principales discípulos de Buda; Taishi Shotoku, príncipe imperial y gran defensor del budismo, Kukai, Gen ku, Shin Ran, Do Gen y Ni-Chi-Ren, todos fundadores de distintas sectas budistas.Estas representaciones tienen diferentes expresiones y mudras o llevan en sus manos objetos litúrgicos de uso ceremonial, aspecto que refuerza la idea del altar como un pequeño santuario.

Todo el conjunto es coronado por un panel superior tallado en el que se representan dos dragones entrelazados con motivos vegetales y ornamentales.

En la zona inferior, se encuentran los enseres donde colocar las ofrendas, como las copas para el arroz, un conjunto de flores de loto talladas en madera y pintadas en oro y floreros de bronce. En el centro de estos objetos, se alza un pequeño mobiliario que conserva en su interior una tablita de difuntos (ihai). Esto lo distingue de otros butsudan, ya que aquí los ancestros poseen su propio altar, dentro del altar.

La complejidad que alcanza este espacio sagrado se evidencia en la diversidad de elementos disponibles en los estantes y cajones de las zonas inferiores; entre estos encontramos un hossu, un plumero de cerdas muy finas utilizado en la ceremonia de limpieza del altar, un ayoi u objeto de madera alargado que culmina con la forma de corazón, un tan tan de madera usado para acompañar el rezo, un incensario con diseño floral para la purificación, una campana de bronce y múltiples libros con epístolas, himnos y escritos vinculados a la doctrina Jōdo Shinshū. Estos objetos de uso común entre los monjes budistas refuerzan el vínculo entre este butsudan y los altares de los templos. Sea cual fuere su origen estos elementos evidencian la conexión con lo sagrado, vínculo que en diálogo con la doctrina Amida, permite pensar el altar como instrumento hacia la iluminación. Un recorrido de fulgurante dorado que articula el mundo de los vivos con la “Tierra Pura” a través de la mediación de los ancestros, los bodhisattvas y otros seres importantes del panteón.

El butsudan, más que un mero mobiliario crea un terreno de conexión entre la existencia material y la espiritual. En palabras de Taniguchi se trata de una “lavadora para el corazón/mente” (Taniguchi, 2002 en Rambelli: 2010), una expresión que da cuenta de la ambigüedad de los objetos materiales, entre lo sacro y lo profano, en el camino hacia la liberación de los hombres.

Bibliografía recomendada

VV. (2001) Diccionario de la Sabiduría Oriental. Budismo, Hinduismo, Taoísmo, Zen, Barcelona 1993, 8-9.

Rambelli, Fabio (2010) “Home Buddhas: Historical Processes and Modes of Representation of the Sacred in the Japanese Buddhist Family Altar (Butsudan)”, Japanese Religion, N 35. Pp. 63-86. 

Suzuki. D.T (2001) El buda de la Luz Infinita, Buenos Aires, Paidós.

Taniguchi Kōji (2002) Talking About the Buddhist Family Altar, Kyoto: Hōzōkan.

Blyth, R. H. (1997) Haiku: Eastern Culture, Volume I, Hokuseido Press,

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Investigación y texto: Cecilia Iida | Diseño: Micaela Farias | Producción General: Tomas Dotta 

El programa Oriente en, en el que está inscripto este artículo, tiene como objetivo generar comunidad, fortalecer relaciones institucionales con otros espacios y presentarse como museo de referencia para las colectividades que involucra. Popone vincularse con objetos u otros materiales de las culturas orientales presentes en otros espacios, instituciones o colecciones.