Pasar al contenido principal
Museo Nacional de Arte Oriental

El Buda de Sarnath

Por Gustavo Canzobre, especialista en India y director del Colegio de Profesores de la Fundación Hastinapura

Pocos dudarán en reconocer a la dinastía Gupta como el período más clásico y glorioso de la cultura y el arte de India. Entre el 320 y el 470, en apenas 150 años –lapso particularmente exiguo para una cultura milenaria como la india– se gesta un estilo de decisivo esplendor en todas las artes. Tan amplio como su desarrollo territorial es su influencia en los siglos por venir. Los Gupta reinan en todo el norte de India, desde el Punjab y el río Indo al oeste hasta el delta del Ganges en el este, y desde los Himalayas hasta la línea media del Decán. Propician y fomentan la arquitectura, la escultura, la danza y la poesía, junto a las diversas ramas de la ciencia, hasta un grado de excelencia. El sánscrito y con él las grandes épicas del Ramayana y el Mahabharata quedan cristalizados como eje de la cultura hindú. El gran poeta Kalidasa es sólo la más visible del Navaratna: las nueve joyas poéticas del imperio. El peregrino chino Fǎxiǎn, que visita India entre el 405 y el 411, alaba la prosperidad y justicia del reino, junto a su eficiente administración, el desarrollo de sus ciudades con universidades y hospitales, inusuales en su época.

Aunque identificados con el culto tradicional hinduista, sus principales regentes a partir de  Chandragupta I promueven la convivencia interreligiosa, expandiendo no sólo la cultura hindú al Extremo Oriente, sino haciendo prosperar junto a ella el budismo, con el sello sincrético característico que ambos presentan aún hoy día en los países del Sudeste Asiático.

Al contemplar sus grandes creaciones reconocemos el estilo del arte Gupta: la pureza de sus líneas y formas, el equilibrio de las masas y la medida armónica de las proporciones, en la excelente síntesis que de él hace Jean Roger Rivière. El estilo impregna sus magníficas obras arquitectónicas y escultóricas y se traslada más allá de los límites del imperio, influyendo decisivamente en las grandes creaciones del arte clásico de India: Elefanta, Ellora, Ajanta, Mahabalipuram, entre otras.  

El arte budista, al que la arquitectura y escultura hindú tanto deben para haber alcanzado el esplendor que ha llegado hasta hoy, se encontraba también en pleno desarrollo, listo para recibir el benéfico influjo de los Gupta.

Sarnath, un pequeño poblado situado a 11 km al noreste de la sagrada ciudad de Benarés (hoy Varanasi) ha sido desde siempre uno de los principales destinos de presencia y peregrinación budista. Es allí en que por primera vez Buda comparte con un grupo de cinco austeros ascetas que alguna vez fueran sus compañeros, el fruto compasivo de su iluminación. Luego de haber vivido entre lujos de palacios y prácticas ascéticas de extrema rigurosidad, el joven Siddhartha, antiguo heredero al trono del reino de los Shakya, encuentra la realización espiritual en la segunda mitad del siglo VI antes de nuestra era, bajo el árbol bodhi en la actual Bodhgaya, en las inmediaciones de la ciudad de Gaya. Convertido en Buda, el iluminado, su enseñanza –denominada dharma en la tradición budista– quedará cristalizada en el Sendero Medio, que enuncia junto a las Cuatro Nobles Verdades en el llamado Sermón de Benarés.

Como todo el arte de India, el budista también es un instrumento de enseñanza, invocación y presencia de una visión sagrada de la vida. Y son los escultores los llamados a transmitir esa serena y a la vez intensa presencia del Iluminado que moviliza en vida a las multitudes desencantadas por el hinduismo decadente de la época.

Sarnath será a lo largo del imperio Gupta sede de una de las dos principales escuelas artísticas budistas, junto a la de Mathura. Ellas desarrollaron dos estilos propios que han producido algunas de las más exquisitas piezas que inmortalizaron al Señor de la Compasión. Ambas escuelas son, en el campo de la escultura, herederas de la tradición Gandhara, imprecisamente llamada arte greco-budista, con esplendor en la región en el siglo II de nuestra era.

Uno de los mejores ejemplares producidos, del cual el museo posee una copia fundida en bronce y patinada, es la estela del Buda sentado predicando. La imagen fue encontrada en las excavaciones en la zona y exhibida actualmente en el Museo Arqueológico de Sarnath. El original, del siglo V, fue realizado en arenisca Chunar y mide 155 x 87 x 27 centímetros.

Tan decisiva será la representación Gupta de Buda que en esta pieza podemos apreciar lo que se convertirá en el modelo clásico para vastas regiones del Asia budista. Es un Buda que, aunque sentado sobre la tierra, impone una espiritualidad sutil, potente y agraciada, más pronunciada en el tono mate de la arenisca original que en el pulido del bronce. El reflejo de su bienaventuranza interior asoma a través de sus ojos semicerrados y su terso cutis. La irradian también la pureza general de sus formas, las redondeces de un cuerpo suave y liso, traslúcido debajo de un finísimo ropaje. La figura transmite una concentración perfecta, una quietud poderosa que se proyecta sobre la humanidad que le contempla expectante de su obra salvadora y una calma casi etérea, sostenida por el artista en base a proporciones exactas en su composición triangular.

La imagen sedente es la más habitual en la iconografía budista. A la firmeza que le da la clásica postura de meditación del loto (padmásana) con ambos pies sobre los muslos, le acompañan algunos de los 32 rasgos característicos de la sabiduría que han hecho de Siddhartha un Buda: lóbulos de las orejas alargados, distintivo del soberano; tocado en forma de rizos arrollados, mostrando el pelo que rapa al abandonar la vida en el mundo; y es coronado por el ushnisha, copete semiesférico símbolo de iluminación y sabiduría. El torso presenta hombros anchos y caderas estrechas: cuerpo de león y piernas de gacela. El centro de la imagen es ocupado por las manos en mudra: posición simbólica de las manos en las artes de India que define a cada imagen representada. Aquí es la de la predicación: recoge el mencionado momento en que Siddhartha Gautama, ya convertido en Buda, pronuncia en el jardín de los ciervos su primer sermón: el Dharmachakra pravartana o Discurso de la puesta en movimiento de la rueda del dharma. Signo de la superioridad sobre todas las cosas del mundo es la carencia de todo atributo, adorno o joya en el cuerpo: absolutamente simple y a la vez poderoso en su humildad. Esta necesidad ha sido superada por la gran habilidad de los artistas Gupta que dotan a la figura de una potencia inusual en su casi desnudez de atributos.

En el pedestal sobre el que se sienta encontramos la escena completa: en el centro la rueda, símbolo de Buda y su enseñanza, rodeado por dos ciervos, los cinco ascetas que fueran sus compañeros y ahora convertidos en los primeros bikhus (monjes) budistas, y una mujer con un niño. Durante los primeros siglos de difusión del budismo los escultores evitaron personificar al Iluminado, representándolo no como persona sino con imágenes de sus símbolos más característicos: un asiento vacío, bajo el árbol bodhi; una rueda; las huellas de sus pies; un pilar en llamas.

Rodea la parte superior de la pieza el prabhamandala: nimbo luminoso que suele acompañar las imágenes del buda sentado, signo del brillo de su iluminación, alabada por dos seres celestiales que lo sobrevuelan.

La alegría que proyecta la serena sonrisa de sus labios, nuevamente más clara en la arenisca original que en el bronce, sigue iluminando luego de 2500 años las vidas de millones de almas a lo largo de todo el planeta.


Escultura en bronce de Buda sentado en posición de loto con los ojos entrecerrados en meditación, posee un halo circular detrás de su cabeza con dos figuras volando. Abajo, un basamento rectangular con siete figuras humanas y dos animales.

Buda
India
Bronce
92 x 50 x 19 cm
Reproducción de un original en piedra del s. V, donada por el gobierno de India